El poseer el premio Nobel, es a nivel internacional un prestigio para cualquier ser humano. Costa Rica tiene el honor de que, el dos veces presidente de la República Don Oscar Arias Sánchez, sea uno de los galardonados con dicho título.
No quiero entrar en polémicas de si lo merecía o no, lo importante es que es un costarricense, que esté donde esté, siempre será el premio Nobel de 1987.
Aparte de esto, el Dr. Arias estudió Leyes y Economía en la Universidad de Costa Rica. Su tesis de graduación, « Grupos de Presión en Costa Rica » le hizo merecedor, en 1971, del Premio Nacional de Ensayo. En 1974 recibió el Doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Essex, Inglaterra. Fue profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Costa Rica y desempeñó el cargo de Ministro de Planificación y Política Económica. Fue elegido el mejor diputado de la Asamblea Legislativa de Costa Rica en 1978, y en 1981 pasó a ocupar la posición de Secretario General del Partido Liberación Nacional. Su elección como Presidente de la República tuvo lugar en 1986 y repitió en el año 2006.
Al cierre de su último mandato, se “enfermó” de su ego y comenzó a viajar por todo el territorio nacional inaugurando todo lo que se le pudiera colocar una cinta para ser cortada con una tijera.
San Carlos no es la excepción y fue visitado por el señor Arias, en la entrega de un permiso a la Asociación de Cuidados Paliativos de éste cantón, para hacer uso de un inmueble de atención a personas en estado terminal.
Ese día, inolvidable para mi, el premio Nobel cayó en mis manos, pese a que no comparto sus ideas neoliberales.
En un día soleado, se apersonaron miembros de la seguridad Nacional y guardaespaldas, vistiendo sus mejores galas, tomaron todo tipo de previsiones y precauciones para proteger al presidente, pero no tomaron en cuenta el piso del lugar, el cual cuenta con una pequeña grada, que lo hace muy peligroso.
Mientras Don Oscar saludaba a los presentes, no se percató de la situación del piso, para él, una trampa que lo hizo perder el equilibrio.
En el preciso momento que iba para el suelo, un movimiento felino e inconsciente, más impulsado por el reflejo que por el deseo de atraparlo, logre sujetarlo, evitando que el presidente y premio Nobel, viajara en caída libre hasta el piso de cerámica, que lo esperaba sin ninguna contemplación.
Lo que no recuerdo es si me dio las gracias o no, lo que si tengo en la retina fue ese día en que el premio Nobel cayó en mis manos.
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